sábado, 1 de noviembre de 2014

LOS CALAVEREROS



LOS CALAVEREROS


Cuentan que en los días posteriores a la revolución, cuando las personas por fin lograron disfrutar de la tranquilidad y la paz que habían anhelado por muchos años. Sucedió un hecho que, perturbó la vida de un pequeño pueblo. En aquél lugar pacífico, en donde todos eran como una gran familia y se ayudaban los unos a los otros a reconstruir sus casas. Hubo tres hombres que se unieron con el único propósito de realizar fechorías a las mujeres del pueblo.

Al acercarse la media noche, estos tres hombres dirigían sus pasos hacia las orillas del pueblo, se reunían en un lugar secreto y sacaba una calavera que tenían escondida. Una calavera de verdad, que a decir por el tamaño, alguna vez debió pertenecer a un hombre adulto. Nadie sabe de dónde la obtuvieron, aunque en aquel tiempo, era muy fácil hallar huesos humanos en muchos lugares, pues miles de personas habían muerto en la batallas a campo abierto, huyendo de un lugar a otro, o simplemente de hambre o enfermedad.



Pero estos hombres, usaban esta calavera, con fines maléficos. Al llegar la media noche, realizaban un rito y después la golpeaban tres veces. La calavera gritaba  tan fuerte que se escuchaba hasta el pueblo y de inmediato quien la escuchara, se sumía en un profundo sueño.  Y mientras toda la gente dormía, quedaban a merced de los maleantes, quienes sin escrúpulo alguno, se dirigían a la casa en donde sabían viviera una hermosa jovencita para llevársela impunemente. La joven no se daba cuenta de lo que pasaba, pero los hombres abusaban de ella.  Por la mañana, la joven aparecía tirada en alguna calle completamente desnuda, y sólo recobraba el conocimiento, hasta que alguien la despertaba.

Durante los primeros meses, la gente no comprendía lo que pasaba. Era un misterio la aparición de las jóvenes desnudas en la calles, pero no tardaron en darse cuenta de la maldad de los hombres.   

Un día los pobladores se reunieron y con gran sigilo, fueron tras los pasos de los calavereros. Los vieron entrar a la cueva, y a la luz tenue de una vela, los miraron realizar todo el rito con el que obtenían su poder maléfico. Y pudieron verlo, porque por algún hechizo, quien mirara la calavera cuando gritaba no caía presa del sueño.  Después de ver esto, los pobladores huyeron presas del miedo, sin saber qué hacer guardaron silencio por un tiempo. Pero, el espíritu del hombre al que había pertenecido esa calavera, les pidió ayuda a los hombres del pueblo para ser liberado del hechizo. A través de un sueño se comunicó con uno de ellos y le dijo lo que debían hacer para detener  a los calavereros.

Los hombres fueron a la iglesia y pidieron la ayuda del sacerdote, quien al enterarse de todo lo que pasaba, los ayudó.  Hizo una oración para brindarles protección y poder para enfrentar el mal,  y les dio agua bendita para destruir el libro de magia que usaban los calavereros en su rito.


Los pobladores se dirigieron en secreto a la cueva, buscaron el libro para destruirlo, pero aunque el sacerdote les dijo que nadie debía abrirlo para leerlo, no pudieron evitarlo. Su curiosidad  fue muy grande y leyeron algunas páginas. Ahí vieron hechizos para dominar a los hombres, para obtener riquezas y dones. Para convertirse en animales, para ir más allá de la muerte y un sinfín de cosas inimaginables. Alguno de ellos pensó que, tal vez, si usaban ese libro en beneficio de todos, nadie se opondría  a conservarlo. Pero alguien dijo que cualquiera que poseyera ese libro se corrompería y quizás habría un mal mayor para todo el pueblo.

Al final, todos estuvieron de acuerdo en destruir el libro, para que nadie más volviera a usarlo para dañar o abusar de otros. Pero lo que ellos no sabían, era que el libro tenía un poder que no tenía ningún otro. Cada vez que alguien abría el libro y lo leía, aunque fueran sólo unas cuantas letras, el libro se duplicaba a sí mismo y el duplicado aparecía en cualquier otro lugar en donde pudiera ser encontrado y leído por otro hombre.

Los hombres del pueblo destruyeron el libro que hallaron en la cueva, recogieron la calavera y los demás restos del cuerpo, los rociaron con agua bendita y los llevaron a enterrar en el camposanto. El espíritu de la calavera fue liberado para continuar su camino. Más tarde, cuando se hizo de noche, se dirigieron a la cueva para esperar a los calavereros. Se escondieron y en silencio esperaron su llegada. Los tomaron por sorpresa y sin darles tiempo a escapar, les dieron una golpiza, los dejaron tirados en el suelo y les dijeron que no querían volver a verlos por el pueblo. Y que si alguna vez se atrevían a volver no les perdonarían la vida.



Los calavereros se fueron para siempre, pues sin el libro de magia, ellos no podían realizar ningún hechizo y no tenían ningún poder. Se fueron muy lejos, donde nadie los conociera.  La tranquilidad y la paz volvieron al pueblo por muchos años. Pero en algún lugar, que nadie sabe, se encuentra una copia del libro de magia que usaron los calavereros. Un libro con un poder maléfico, esperando a ser encontrado  y leído para corromper el corazón de los hombres.  

EL HOMBRE DE LOS ESCORPIONES




EL HOMBRE DE LOS ESCORPIONES


Cuentan que hace algunos años, en un pequeño pueblo enclavado entre las altas montañas de la sierra, hubo un misterioso señor con un peculiar poder. Nadie sabía de dónde venía, si tenía familia o no. Su nombre era Román Rivera, tenía una mirada penetrante, aguda y fría. A nadie le gustaba mirarlo a la cara. Por alguna razón inexplicable, todos sentían cierta aversión hacia él, pero a Román Rivera esto no le importaba. Era común que anduviera en los pueblos ubicados en la parte más alta de la sierra. Se aparecía  a cualquier hora del día, y se dirigía a cualquier persona con una familiaridad que resultaba incomoda, pero nadie era capaz de mostrar o decir su molestia. Aún contra su propia voluntad, todos soportaban su presencia. Y esto era precisamente lo que resultaba más inexplicable. ¿Por qué, o cómo es que todos eran obligados a soportarlo?

Él podía decir o hacer cualquier cosa que quisiera, sin que nadie se atreviera a decirle nada. Y así sucedía que, cuando iba por la calle y se encontraba alguna  pareja, se paraba en frente de ellos y dirigiéndose al hombre decía:
-Oye amigo, me gusta tu mujer, préstamela y en cuatro días te la regreso.

Cuando Román Rivera decía estas palabras, era como si un hechizo se apoderara de la voluntad del hombre al que se dirigía, porque no atinaba a replicar nada, como si de súbito se hubiera vuelto mudo.  Además a un sólo gesto de Román Rivera, la mujer lo seguía dócilmente y completamente callada hacía todo lo que le ordenara. Y tal como lo dijera, a los cuatro días, cualquier mujer que se llevara era devuelta. Es por esto que toda la gente afirmaba que Román Rivera estaba empautado, es decir, tenía pacto con el diablo.

Estuvo durante un año, haciendo en los pueblos todo lo que quería, tomando a todas las mujeres que le gustaban, sin que jamás nadie le reclamara  nada. Pero durante todo ese tiempo, los hombres agraviados se habían cansado de ser la burla de Román Rivera. Entonces se unieron y entre todos hicieron un plan para deshacerse de él.  Decidieron que primero era necesario espiarlo y se dieron a la tarea de seguirlo cuando se iba del pueblo.

Después de algunos días, estuvieron de acuerdo en que sólo podrían librarse de él, matándolo. Consiguieron una pistola y se dispusieron a esperarlo por el camino en donde sabían que siempre pasaba. Pero cuando Román Rivera apareció y dispararon la pistola, ésta simplemente se atascó y el hombre nuevamente se fue como si nada. Y así sucedió en esa y las demás ocasiones en que trataron de dispararle. Y Román Rivera al ver los intentos fallidos de matarlo, simplemente se reía de ellos.

Los pobladores hablaron con el sacerdote y le explicaron que, todas las veces que habían intentado matar a este hombre, las balas se atascaban en la pistola. El sacerdote dijo que no estaba bien matar a las personas, pero que si esa era la única manera de detener la maldad que hacía Román Rivera, entonces les ayudaría. Les pidió que le llevaran el arma y las balas. Hizo una larga oración en un lenguaje que los pobladores no entendieron y finalmente bendijo el arma y las balas.

Los hombres nuevamente espiaron a Román Rivera por varios días y con cierto temor lo siguieron para ver a dónde se iba a dormir cada noche. Pues todos los días salía del pueblo completamente solo. Le seguían los pasos silenciosamente, y cuando sentían que iban demasiado cerca de él, se detenían, dando tiempo a que se adelantara para que no los descubriera.  Siguiéndolo de lejos, hubo ocasiones en que le perdieron el rastro. Aunque finalmente, después de algunos días,  pudieron ver dónde era que pasaba la noche.

Una noche, lo siguieron por un largo camino en medio del texcal, hasta llegar a un agujero,  que era la entrada de su guarida. Al fondo había una enorme cueva, en donde él se quedaba a dormir. Cautelosamente y sin hacer ningún ruido, uno de los hombres se acercó lo más que pudo. Y entonces, pudo ver a Román Rivera durmiendo acostado en el piso y con muchos escorpiones (un reptil venenoso, parecido a la iguana, con manchas grises y blancas) sobre su cuerpo.  El hombre se asustó mucho, pues de sobra sabía que ese reptil era muy venenoso, tanto, que algunos hombres habían muerto tan sólo con tocarlo. Y al ver que a Román Rivera no le causaban ningún daño, supo que eso era algo fuera de lo normal.


Román Rivera estaba profundamente dormido y sus ronquidos para nada asustaban a los escorpiones. Muy al contrario, ellos lamían la saliva que salía de su boca. El hombre volvió con sus compañeros y les dijo que no podían acercarse, porque los escorpiones estaban cuidando a Román Rivera. No obstante, aunque no pudieron acercarse, con el sólo hecho de mirarlo se perdía parte del poder del hechizo, al menos, eso fue lo que les dijo el sacerdote.

Los hombres se fueron, preguntándose qué podían hacer para lograr su propósito. Tal vez, tendrían que emboscarlo en un lugar distinto de la cueva. Nuevamente fueron con el sacerdote para que les bendijera más armas. Esperaron a que entrara a una casa en la que había ido a ver a una señora. Entre todos rodearon el lugar, uno de ellos arrojó una piedra sobre el techo. Algunas tejas se rompieron, Román Rivera se levantó a toda prisa, y tomando su sombrero salió corriendo. En la entrada, varios hombres se lanzaron sobre él con cuchillos. Pero ninguno de ellos podía atravesarle el cuerpo. No así las balas, que esta vez, sí lo hirieron.

Román Rivera corrió tan rápido como pudo, dejando a su paso rastros de sangre. Se perdió en la oscuridad del texcal, los hombres no lo siguieron, sino hasta el día siguiente. Lo buscaron en la cueva en donde sabían que dormía entre escorpiones, pero no estaba. Finalmente, siguiendo el rastro de sangre,  lo encontraron en otra cueva también llena de escorpiones. Esa fue la última vez que lo vieron, herido y recostado entre ellos.

Se presume que ese fue el lugar en donde murió, aunque algunos creen que solamente desapareció, puesto que pocos días después, cuando los hombres volvieron a la cueva, no hallaron rastro alguno de su cuerpo. Tan sólo había jirones de su ropa tirados en el suelo. Sobre las rocas descubrieron unas manchas rojas como la sangre. Unas manchas tan visibles, que el tiempo no ha podido borrar. Y dicen que en las noches, provenientes de esa cueva, se escuchan unos desgarradores lamentos. Cuentan las personas de estos pueblos, que los hombres que hacen este tipo de pactos, no mueren nunca, pero tampoco están vivos. Suspendidos en el limbo, sufren eternamente.