martes, 29 de octubre de 2013

EL FANTASMA



EL FANTASMA

  

Era una tarde de primavera… al menos esa sensación es la que recuerdo. Un atardecer tibio, con los rayos de sol que pintaban el cielo de líneas rosas y naranjas. Los ruidos de los pájaros, de los gallos, de las chicharras, de los perros y los marranos, todo estaba ahí. Era muy extraño, lo conocía todo, pero al mismo tiempo lo sentía todo tan ajeno a  mí, como si nunca lo hubiera visto o como si hubiera estado ausente por mucho tiempo. Tal vez sí. Era eso. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve ahí. ¿Cuánto? No lo sé.


Mi noción del tiempo en aquéllos años era muy vaga, muy imprecisa. No sabía contar las horas, ni los minutos. Para mí los días eran, no la suma de las horas porque no sabía leer un reloj, sino el espacio que hay entre la salida del sol y su puesta detrás de las montañas. Un día era un espacio donde había la posibilidad de jugar, de comer tres veces o más, de ir y venir a donde quisiera. Y en la noche, a dormir sin ninguna preocupación y con la certeza de que mañana habría otro día para seguir jugando. Eso era un día.


Y de pronto hoy, no sé qué ha pasado. Siento como si de pronto supiera cosas que ahora no recuerdo, que se me escapan pero que de alguna manera están ahí dentro de mí. No sé en donde. Tal vez en mi corazón o en mi mente. Están perdidas dentro de mí. Saber que están y no están al mismo tiempo, me produce una sensación rara, de desconcierto. Siento como  si por primera vez me diera cuenta de que estoy viva y tuviera miedo. Me doy cuenta del dolor que puede sentir mi cuerpo. Tengo miedo. Miedo de la posibilidad de sentir dolor.


Me siento débil y el latir de  mi corazón es frágil. Es una sensación que me enfrenta con mi cuerpo. Ahora noto que tengo un cuerpo. Antes también lo tenía. Pero parece que ahora noto que es mi cuerpo. Es un cuerpo que puede dolerme y enfermarse. Siento miedo de mi cuerpo, de su fragilidad. Como si fuera algo ajeno a mí, como si no dependiera de mí. Como si enfermase sin que yo lo quisiera, como si tuviera voluntad propia. Como algo que no puedo manejar ni controlar. ¡Qué extraño! Antes nunca me sentí ajena a mi cuerpo. Ahora es como si mi cuerpo pudiera actuar sin mí.


¿Qué ha pasado en este tiempo en que estuve postrada en la cama? La fiebre tan alta, me hacía verme a mí misma como si estuviera quemándome en el fuego, como si estuviera suspendida del techo, mirando hacia abajo a punto de caerme, sintiendo que podía estrellarme en el piso. ¡Qué angustia más grande pasé en ese momento! El miedo me recorrió cada poro de la piel. Grité aterrada y desesperadamente. Grité que me caía. Y mi madre me contestó que no podía caerme porque estaba en mi cama. Por supuesto, ella no podía verme de la misma manera en que me veía yo. No podía imaginarse que me veía a mí misma suspendida del techo. A pesar del tono calmado de su voz, no me tranquilizó. Por primera vez, sentí que no podía protegerme. Me sentí completamente a la deriva. Vulnerable. Indefensa. Sin nadie que pudiera ayudarme.


Esta es una de las imágenes que llegan a mi mente. No recuerdo mucho. Apenas algunos fragmentos de conversaciones… Los días pasaban lentamente.  A veces medio despierta y con la conciencia del fuego que me quemaba.  Mi cuerpo temblando incontrolablemente y también con mucho frío. Sin saber cuándo era de día o de noche. Escuché voces diciendo que había pasado mucho tiempo desde que enfermé. Mi madre sin saber qué hacer ante la fiebre que no abandonaba mi cuerpo. Tal vez, no había cura para mí.


Inesperadamente, un día la fiebre desapareció.


Me siento en los escalones del cuarto. Me levanté de esa cama después de estar recostada un mes con fiebre muy alta. Ni siquiera recuerdo haber caminado hasta aquí, pero estoy sentada. Por primera vez en mucho tiempo, siento en mis pies el aire fresco de la tarde y veo moverse las hojas de las plantas. Por primera vez, no siento mi cuerpo quemarse. Estoy tan mareada y débil, el cuerpo entumecido. Hace tanto que no estaba de pie, me duele la espalda de tanto estar acostada y mis pies apenas me sostienen. Aún sentada, siento que puedo caerme en cualquier momento, de tan débil que estoy.


Veo que la tarde cae rápidamente. Estaba completamente sola dentro del cuarto, creo que nadie esperaba que me levantara. De pronto siento renacer la vida dentro de mí, sé que estoy curada, pero siento que no soy la misma. Dentro de mí, algo que no veo y no comprendo, cambió para siempre. Después de haberme enfermado y no responder a los medicamentos por muchos días, se cansaron de cuidarme y de esperar una mejoría en mi salud. Mi familia siguió su vida sin mí, se acostumbraron a mi ausencia. Quizás es esto lo que me aterra, nadie esperaba que me levantara. Tal vez, sólo estaban esperando mi muerte.


Ahora estoy aquí como una intrusa, como un fantasma al que nadie espera ver caminando por la casa. Estoy sola en el cuarto y dentro de mí me siento más sola aún. Sin nadie que me cuide, sin nadie que me extrañe. Sin un lugar en mi propia familia, sin el amor de mis propios padres.


Soy ahora sólo un fantasma sin derecho a existir.  Y cuanto más invisible pueda ser para los demás, será mejor para mí, si es que quiero sobrevivir en este mundo donde nadie me necesita. Mis pasos serán silenciosos, mi voz estará siempre callada.


Soy sólo un fantasma.

LA NOCHE INSOMNE



LA NOCHE INSOMNE

                                                                                                          
A lo lejos escucha un ruido intempestivo.

No, no es a lo lejos.

Es ahí mismo, en su habitación, más cerca de lo que quisiera.

A un lado de su cama.


Lentamente toma conciencia del lugar en donde está,

Es su propia habitación.

Abre los ojos con dificultad,

Mientras las últimas imágenes de sus sueños pasan por su mente.


Los párpados se niegan a permanecer abiertos.

Siente una necesidad imperiosa de dormir.

Pero el ruido continúa cada vez más fuerte.

Nuevamente abre los ojos con dificultad.


La luz intensa del foco hiere sus ojos.

Escucha a su esposo sacar libros del librero que está justo a su lado.

Los sacude, los ojea y los vuelve a guardar en su sitio

Sin querer, ya está despierta.


Es una de esas noches en que él no puede dormir.

Desesperado y tratando de ocuparse en algo,

Da vueltas en la habitación,

Revisa libros, habla en voz alta para sí mismo.


Ella le dice que apague la luz y se acueste,

Que no es hora de hacer tanto escándalo.

Fastidiada exige que la deje dormir.

Él tarda un poco en hacer caso.


Después de unos minutos está completamente despierta.

Enojada, porque el sueño se fue de sus ojos.

Él trata de disculparse.

Ella lo mira con furia.


Se levanta y bebe una copa de vino.

Él quiere hablar.

Ella sólo quiere mandarlo al diablo.

Le dice que odia sus hábitos de vampiro.


Le pregunta si le hace feliz robarle sus horas de sueño.

Él simplemente no contesta.

Ella se acuesta y le da la espalda

Trata de relajarse y descansar, pero el sueño no vuelve.


Molesta se levanta a preparar la comida del día.

Son las tres y media cuando regresa a la cama.

Respira profunda y pausadamente…se relaja.

Son las cinco cuando consigue dormirse.


La claridad del día da de lleno en la ventana.

Tiene que levantarse y el cansancio la agobia.

De prisa se viste y desayuna un café con leche

Medio dormida aún comienza su día.


Se pregunta cómo puede vivir con alguien tan distinto a ella.

A veces es casi insostenible.

No sabe cuánto podrá soportar esas diferencias.

Quizás un día, simplemente… no valga la pena.

UNA MUJER EN LA GUERRA


 
UNA MUJER EN LA GUERRA
 
Se aproxima el día de muertos. Los muertos que por breves horas cobran vida. Llegan puntuales a las casas que algún día habitaron. Para que no extravíen el camino, los familiares vivos que los esperan, les marcan el camino con pétalos de flores amarillas, cempasúchil. Una flor especialmente cultivada para este propósito desde hace muchos años por nuestros ancestros. Preparada se encuentra la ofrenda de comida, sobre el altar o una mesa, sobre papel de china picado con figuras alusivas a la temporada. Flores, frutas, veladoras, pan, dulces, mole, bebida, agua, todo lo que era del agrado de los difuntos. Todo para dar gusto al olfato del difunto, porque con sólo el olor el suficiente para saciar su apetito.
Hace años que no ha muerto nadie en mi familia. La ofrenda se prepara en honor de mis abuelos, a quiénes no recuerdo mucho. La lejanía en el tiempo los convierte en extraños. Pero son mi origen, pienso en alguien a quien no conocí, más que a través de los relatos de mi abuela. Esta vez le dedico la ofrenda porque puedo imaginarla luchando por su vida, y le escribo unas palabras.
 
Querida bisabuela.
Ni siquiera sé tu nombre, a pesar de que en algún momento formé pare de ti. Sólo sé que viviste durante los años de la revolución mexicana y que tu vida fue muy dura. Eran tiempos difíciles. Lo poco que de ti sé es porque me lo refirió mi abuela.
Sé que tuviste que correr entre las montañas y el campo, buscando refugio y  protección. Huyendo de los militares, de los hombres revolucionarios y de los bandidos que saqueaban los pueblos y violaban mujeres. Tú, como todas las jóvenes hijas de campesinos tenían que huir para no ser robadas y llevadas a otros lugares lejos de su familia por cualquier hombre. Tratando de no ser codiciadas, llenaban su cara y sus ropas de lodo y tizne para no ser agradables a la vista de ningún hombre.
 
 
En medio de ese caos, de esa vida incierta tenías a tus hijos, así que corriste de montaña en montaña, de cueva en cueva, tratando de esconderlos y protegerlos. Padecieron hambre muchas veces, en tanto que en medio de la desesperación buscaban entre las cercas cualquier cosa que pudiera comerse. A veces hierbas, tortilla dura, maíz, incluso insectos como las cucarachas. Cualquier cosa, que calmara el hambre.
¡Qué incierta era la vida entonces! La gente moría a cada rato. La mayoría de las familias  tenían más muertos que vivos. Hijos sin padres. Padres sin hijos. Mujeres sin sus hombres que habían sido arrebatados para ir a luchar a  la guerra y después simplemente no volvían.
Para sobrevivir en una época donde lo que sobraba era el hambre  y la guerra, huiste, escondiéndote para no ser raptada y violada, protegiendo tanto como podías a tus hijos. Y no era fácil, ¡qué duro debió ser para ti, no tener nada para alimentarlos! Al final sobrevivió sólo uno de ellos; mi abuela. Los demás murieron de hambre, mientras iban de un lado a otro tratando de salvar su vida. Sólo un hijo quedó. Y de ella nació mi padre y años después, yo.
Gracias bisabuela, porque tus obligadas andanzas no fueron en vano. Hoy estamos aquí, tus nietos y bisnietos. Y si pudieras vernos te asombrarías de ver cuánto ha crecido la familia.
Gracias por luchar por tu vida, que permitió la vida mía. Por correr y refugiarte en las montañas, porque gracias a ello, hoy, yo también puedo caminar por ellas. Creo que heredé de ti, mi capacidad de andar y orientarme en ellas con facilidad.
Cuando pienso en ti, veo a una mujer valiente, que no se dejó vencer por la adversidad. Que hizo todo cuanto fue necesario hacer. Que luchó por sus hijos. Cuando pienso en ti, me veo a mí: valiente y fuerte. Lista para correr si fuera necesario.
Gracias por tu valor, por tu entereza. Gracias por no rendirte.
 
Atte: tu bisnieta Atenea