EL FANTASMA
Era una tarde de
primavera… al menos esa sensación es la que recuerdo. Un atardecer tibio, con
los rayos de sol que pintaban el cielo de líneas rosas y naranjas. Los ruidos
de los pájaros, de los gallos, de las chicharras, de los perros y los marranos,
todo estaba ahí. Era muy extraño, lo conocía todo, pero al mismo tiempo lo
sentía todo tan ajeno a mí, como si
nunca lo hubiera visto o como si hubiera estado ausente por mucho tiempo. Tal
vez sí. Era eso. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve ahí.
¿Cuánto? No lo sé.
Mi noción del tiempo en
aquéllos años era muy vaga, muy imprecisa. No sabía contar las horas, ni los
minutos. Para mí los días eran, no la suma de las horas porque no sabía leer un
reloj, sino el espacio que hay entre la salida del sol y su puesta detrás de
las montañas. Un día era un espacio donde había la posibilidad de jugar, de
comer tres veces o más, de ir y venir a donde quisiera. Y en la noche, a dormir
sin ninguna preocupación y con la certeza de que mañana habría otro día para
seguir jugando. Eso era un día.
Y de pronto hoy, no sé
qué ha pasado. Siento como si de pronto supiera cosas que ahora no recuerdo,
que se me escapan pero que de alguna manera están ahí dentro de mí. No sé en
donde. Tal vez en mi corazón o en mi mente. Están perdidas dentro de mí. Saber
que están y no están al mismo tiempo, me produce una sensación rara, de
desconcierto. Siento como si por primera
vez me diera cuenta de que estoy viva y tuviera miedo. Me doy cuenta del dolor
que puede sentir mi cuerpo. Tengo miedo. Miedo de la posibilidad de sentir
dolor.
Me siento débil y el
latir de mi corazón es frágil. Es una
sensación que me enfrenta con mi cuerpo. Ahora noto que tengo un cuerpo. Antes
también lo tenía. Pero parece que ahora noto que es mi cuerpo. Es un cuerpo que
puede dolerme y enfermarse. Siento miedo de mi cuerpo, de su fragilidad. Como si
fuera algo ajeno a mí, como si no dependiera de mí. Como si enfermase sin que
yo lo quisiera, como si tuviera voluntad propia. Como algo que no puedo manejar
ni controlar. ¡Qué extraño! Antes nunca me sentí ajena a mi cuerpo. Ahora es
como si mi cuerpo pudiera actuar sin mí.
¿Qué ha pasado en este
tiempo en que estuve postrada en la cama? La fiebre tan alta, me hacía verme a
mí misma como si estuviera quemándome en el fuego, como si estuviera suspendida
del techo, mirando hacia abajo a punto de caerme, sintiendo que podía
estrellarme en el piso. ¡Qué angustia más grande pasé en ese momento! El miedo
me recorrió cada poro de la piel. Grité aterrada y desesperadamente. Grité que
me caía. Y mi madre me contestó que no podía caerme porque estaba en mi cama.
Por supuesto, ella no podía verme de la misma manera en que me veía yo. No
podía imaginarse que me veía a mí misma suspendida del techo. A pesar del tono calmado
de su voz, no me tranquilizó. Por primera vez, sentí que no podía protegerme.
Me sentí completamente a la deriva. Vulnerable. Indefensa. Sin nadie que
pudiera ayudarme.
Esta es una de las imágenes
que llegan a mi mente. No recuerdo mucho. Apenas algunos fragmentos de
conversaciones… Los días pasaban lentamente. A veces medio despierta y con la conciencia del
fuego que me quemaba. Mi cuerpo
temblando incontrolablemente y también con mucho frío. Sin saber cuándo era de día
o de noche. Escuché voces diciendo que había pasado mucho tiempo desde que
enfermé. Mi madre sin saber qué hacer ante la fiebre que no abandonaba mi
cuerpo. Tal vez, no había cura para mí.
Inesperadamente, un día
la fiebre desapareció.
Me siento en los
escalones del cuarto. Me levanté de esa cama después de estar recostada un mes
con fiebre muy alta. Ni siquiera recuerdo haber caminado hasta aquí, pero estoy
sentada. Por primera vez en mucho tiempo, siento en mis pies el aire fresco de
la tarde y veo moverse las hojas de las plantas. Por primera vez, no siento mi
cuerpo quemarse. Estoy tan mareada y débil, el cuerpo entumecido. Hace tanto
que no estaba de pie, me duele la espalda de tanto estar acostada y mis pies
apenas me sostienen. Aún sentada, siento que puedo caerme en cualquier momento,
de tan débil que estoy.
Veo que la tarde cae
rápidamente. Estaba completamente sola dentro del cuarto, creo que nadie
esperaba que me levantara. De pronto siento renacer la vida dentro de mí, sé
que estoy curada, pero siento que no soy la misma. Dentro de mí, algo que no
veo y no comprendo, cambió para siempre. Después de haberme enfermado y no
responder a los medicamentos por muchos días, se cansaron de cuidarme y de
esperar una mejoría en mi salud. Mi familia siguió su vida sin mí, se
acostumbraron a mi ausencia. Quizás es esto lo que me aterra, nadie esperaba
que me levantara. Tal vez, sólo estaban esperando mi muerte.
Ahora estoy aquí como
una intrusa, como un fantasma al que nadie espera ver caminando por la casa. Estoy
sola en el cuarto y dentro de mí me siento más sola aún. Sin nadie que me
cuide, sin nadie que me extrañe. Sin un lugar en mi propia familia, sin el amor
de mis propios padres.
Soy ahora sólo un
fantasma sin derecho a existir. Y cuanto
más invisible pueda ser para los demás, será mejor para mí, si es que quiero
sobrevivir en este mundo donde nadie me necesita. Mis pasos serán silenciosos,
mi voz estará siempre callada.
Soy sólo un fantasma.