Juan es un joven que desde niño empezó a trabajar en la construcción.
Uno de varios oficios de su padre, era la albañilería. Desde que emigraron
provenientes de uno de los estados más pobres de la república, se establecieron
en una de las colonias marginales de una gran ciudad. Ahí, en una habitación
construida rapidamente con toda clase de materiales que pudieron conseguir a
muy bajo precio, se encontraba viviendo toda la familia. El padre y la madre,
además de tres hijos, dos hombres y una mujer. Limitados por su escasa
educación y su poca habilidad de establecer relaciones para conseguir trabajo
por sí mismos, dependían del trabajo que pudieran ofrecerles algunos vecinos y
conocidos.
Durante once años Juan, trabajó de chalán, así se le llama al ayudante de
un maestro albañil. Su trabajo consistía en acercar los materiales, preparar la
mezcla y ayudar en todas las tareas que se le pidieran. Un trabajo muy pesado y
mal pagado, como la mayoría de los
trabajos en este país.
Animado por su deseo de tener algo mejor, de poder comprarse un terreno
y construirse una casa, decide emigrar a los Estados Unidos. Decisión que
comparte y lleva a cabo con su padre. Como millones de personas, cruza de
manera ilegal la frontera. Y como lo hacen también la mayoría de la gente que
carecen de los medios económicos para costear el precio del traslado al país
vecino, es financiado por unos familiares, a quienes tendrá que pagar su deuda
en cuanto empiece a trabajar.
Él inicia su aventura confiando en el apoyo que sus familiares le brindan,
quienes después de varios años de haberse establecido en el país vecino, han adquirido
la nacionalidad, son dueños de varias casas y se dedican a conseguirles trabajo
a los indocumentados.
A pesar de que su familia está perfectamente establecida, Juan no es
invitado a vivir con ella. Él y su padre son alojados en una construcción
sencilla de una sola habitación, en donde duermen y cocinan junto con otros
indocumentados, en total, diez hombres. En esta habitación de apenas cinco
metros de un lado y cuatro del otro, regresan a descansar cada día, después de
un arduo día de trabajo. Tienen un sólo baño y una sola estufa para todos.
Duermen en colchones sobre el piso.
La estancia no es nada placentera, pues sus compañeros no suelen ser
personas muy aseadas, en medio del calor es intenso, pues están en una zona
desértica, los olores humanos encerrados en la habitación son muy
desagradables. La única ventilación procede de la puerta y una ventana. Juan y
sus demás compañeros no conocen nada ni a nadie. Compran algunos alimentos y
tortillas en una tienda cercana. Lo más terrible son las tortillas, pues son
las peores que Juan ha probado, con un sabor agrio como el vinagre y muy
tiesas. Para nada se comparan con las que él acostumbraba, pues aún siendo de
una familia pobre, nunca comió tortillas de tan mala calidad. Mientras vivía en
su país, cuando estaba en la ciudad consumía tortillas hechas en una
tortilladora industrial, pero cuando trabajaba en pequeños pueblos comían
tortillas cien por ciento de maíz y hechas de manera artesanal, cuya textura es
suave y consistente y el sabor
inmejorable.
Las tortillas es lo que más extraña de su país, la comida le resulta
incomible con ese sabor rancio y agrio. Sus condiciones de vida no son mejores
que las que tenía en su lugar de origen. Los días se le hacen terribles,
conviviendo con personas extrañas, cuyos hábitos higiénicos no son saludables.
Pues él siempre ha sido una persona muy
pulcra. Cada día al terminar su trabajo tomaba un baño y se ponía ropa
limpia. Pero sus compañeros no están acostumbrados a asearse, ni a lavar su
ropa, pues por tradición cultural, en la mayor parte de México son las mujeres
quienes se encargan de lavar ropa y hacer comida.
Juan sin embargo, aprendió a valerse por sí mismo desde pequeño.
Trabajando en distintos poblados aprendió a lavarse, a improvisar una tienda de
campaña y a cocinar. Y a diferencia de sus compañeros, quizás por su juventud,
es más atrevido para tomar iniciativas y correr sus propios riesgos.
Al llegar a ese lugar, sus familiares les advirtieron a todos, que no
debían salir a la calle, pues por su status de indocumentados podían ser
fácilmente atrapados por la “migra” y ser deportados a sus países de origen. Ellos
tienen miedo, pues atravesar la frontera es muy caro, además de peligroso.
Todos están muy agradecidos por la ayuda que les han brindado para conseguir
trabajo y tener alojamiento, aunque a cada uno le cobran trescientos dólares
americanos al mes,
Además ninguno de ellos habla el idioma inglés, algunos incluso tampoco
hablan muy bien el español, pues provienen de poblaciones de la sierra en donde
se hablan los idiomas de etnias locales. No es el caso de Juan, pues aunque sus
padres emigraron de Guerrero, un estado muy pobre, su familia ya vivía en la
ciudad cuando él nació. Con sus antiguos empleadores él ha recorrido distintos
lugares, está habituado a salir por su cuenta, caminar por las calles para conocer poco a poco, cada
lugar al que llega.
A pesar de saber, que se encuentra en un país extranjero, con un idioma
desconocido, Juan vence su miedo y se decide a salir a conocer el lugar en
dónde están. Por las tardes, después del trabajo, se va caminando por las calles,
entonces en uno de sus recorridos, descubre una tienda de productos mexicanos.
Nada puede producirle más alegría, pues lleva ya varias semanas consumiendo las
tortillas agrias, que estuvieron a punto de convencerlo de volver a su país.
Compra todo lo necesario para prepararse una comida aceptable. Cuando llega a
su vivienda todos se sorprenden y quieren participar de la comida. Deciden organizarse para la
preparación de alimentos, aunque no todos saben cocinar, pero tendrán que
aprender, si quieren comer mejor.
Animado por su descubrimiento, Juan sigue explorando, recorre las calles
aledañas, conoce a varios latinos y a otros mexicanos, hace amistad con ellos.
Juan le ha preguntado a sus tíos si podría el rentar una vivienda para él y su
padre, a lo cual le responden que los indocumentados no pueden rentar, ante
esta respuesta durante un tiempo se resigna a vivir en el mismo lugar. Pero un
día, mientras caminaba por las calles ve un letrero que ofrece rentar una
vivienda. Se anima a preguntar y entonces le dicen que la renta le cuesta quinientos
dólares, él pregunta si ese costo es por semana, y le responden que es por mes,
independientemente de las personas que él quiera llevar a vivir ahí.
Juan se da cuenta que sus familiares han estado haciendo negocio con
todos los indocumentados. Pues ponen a diez personas en cada vivienda, le
cobran a cada uno trescientos dólares, mientras ellos pagan al casero, por la
renta mensual quinientos dólares. Dos mil quinientos dólares de ganancia, por
cada grupo de indocumentados. Es decepcionante saber que su familia se ha
aprovechado de ellos y de todos los indocumentados que se le cruzan en el
camino. Sin embargo no puede confrontarlos, pues ellos han sido quienes le
prestaron dinero para pagar al “coyote” que les ayudó cruzar la frontera.
Juan le platica a su padre y hermano su descubrimiento, ellos deciden
mudarse a rentar en otro lado. Saben que en cuanto lo hagan sus familiares
dejaran de ayudarles a conseguir trabajo, pues así han hecho con otros
trabajadores que han intentado buscar trabajo por su cuenta. Pero Juan, ha
conocido ya ha muchas personas que pueden ayudarle, por lo que que se atreven a
correr el riesgo. Se mudan sin decir nada a nadie, y comienzan a trabajar por
su cuenta y les va bien. Pocos días después, a su nueva vivienda se presentan
sus familiares, quienes les preguntan por qué no regresaron a trabajar con
ellos. Y les dice que porque pensaron que estarían molestos por haberse mudado
de vivienda. Les ofrecen que vuelvan al trabajo con ellos, Juan y su familia
les dan las gracias y les dicen que ya tienen trabajo y están bien, y que
prefieren seguir por su cuenta.
Pasa el tiempo. Juan, su hermano y su padre, terminan de pagar su deuda
del “coyote”. Acostumbrados a una vida sencilla, sin lujos, gastan sólo lo
necesario. Pueden ahorrar y enviar dinero a su familia periódicamente. Día con
día, mientras Juan recorre las calles caminando, pues esa es su distracción
preferida, ve la forma de vida americana. Por las deslumbrantes avenidas, mira
las tiendas donde se exhiben los lujosos y nuevos automóviles. Le pregunta a su
tío si él podría comprar un coche nuevo, le responde que los indocumentados no
pueden comprar en agencias, pues se le piden comprobantes y documentos que él
no tiene. Le dice que tiene que conformarse con el coche usado que él le
consiguió. Tiempo después Juan se da cuenta que su tío también hace negocio con
los coches, pues los compra usados a un precio muy bajo, les hace arreglos y se
los vende tres veces más caro a los indocumentados. En realidad toda la riqueza
de sus tíos esta basada en sus negocios con los indocumentados, pues en menos
de un año se han comprado cuatro casas más y tienen coche nuevo del año.
Pero Juan no está satisfecho con su carro usado, dejando de lado su
miedo, se atreve a entrar a una agencia a preguntar por un coche. Para su
sorpresa le dicen que no hay ningún problema, que puede comprarlo y entonces Juan
se lo compra. A esa compra siguieron muchas otras, tratando de tener el modo de
vida americano. Comenzó a gastar demasiado en ropa y sobre todo, en bebidas
alcohólicas, de las cuáles le fue muy difícil prescindir. Se hundió en el
alcoholismo por un buen tiempo, vicio del que logró salir cuando se dio cuenta
que estaba acabando con todo lo bueno de su vida. Entonces ya no podía ahorrar
como antes. Su padre comenzó a enfermarse y decidió volver a México junto con su
hermano. A pesar de estar solo, él podía pagar su vivienda, y vivir
cómodamente, además de ayudar económicamente a su familia. Sobre todo sabiendo
que su padre estaba enfermo, aunque en un par de años su padre murió.
Todo iba bien, hasta que en Estados Unidos el trabajo comenzó a escasear,
entonces para Juan ya no fue posible seguir pagando la renta y tuvo que salirse
del departamento. Se vio obligado a donar los muebles y cosas que había
adquirido, pues no tenía en donde guardarlas. Se quedó sólo con un plato, una
taza y un par de mudas de ropa. Por un tiempo vivió en su coche, pero la
situación se hizo cada vez más crítica, hasta que ni eso le quedó. Entonces
dormía en donde podía, con frecuencia, debajo de un puente.
Antes de estar en esta situación tan precaria, Juan hacía labor social
en una iglesia, ayudando y dando alimentos a personas pobres. Esta actividad le
ayudó a relacionarse con personas de hábitos más saludables y a enfocar su
atención en algo productivo y alejarse del vivió. Pero ahora que él necesitaba ayuda, sentía
pena de acudir a ese lugar, y que lo vieran en esas condiciones. Así que
sobrevivió por su cuenta.
Estaba en las calles la mayor parte del tiempo, pues casi no tenía
trabajo. Hasta que en cierta ocasión encontró a un compañero de trabajo,
conversaron por un rato. Al despedirse, su amigo le preguntó para dónde iba, él
contestó que no tenía dónde ir, que desde hacía algún tiempo no tenía casa. Fue
entonces que su amigo le ofreció irse a vivir con él. Le prestó una habitación
pequeña con una cama y le dijo que no se preocupara por la renta, que ya le
pagaría cuando consiguiera trabajo.
Juan consiguió salir adelante, con la ayuda de su amigo pudo conseguir
trabajo y volvió a realizar labor social en la iglesia. Después de haberse
quedado sin trabajo y viviendo en las calles, sentía gran aprecio y
agradecimiento por el compañero que le había tendido la mano
desinteresadamente. Trato que no recibió ni siquiera de sus familiares. Volvió
a su vida modesta, sin tantas pretensiones de lujos, pues tenía muy claro que
más valioso que las cosas materiales, era la solidaridad y apoyo que había
recibido, de aquél que con letras mayúsculas podía llamar amigo.
Tenía viviendo en los Estados Unidos doce años cuando conoció a una
chica de la que se enamoró. Ella era de su mismo país y estado, más joven que
él y también cruzó la frontera ilegalmente. Establecieron una relación de
noviazgo, y año y medio después decidieron contraer matrimonio, pero no
quisieron hacerlo en un país extraño, sino en el propio, en la compañía de
amigos y familiares, De común acuerdo decidieron volver a México convencidos de
que no pueden estar mejor en ningún otro lugar que en su propia patria. A
través de su experiencia Juan esta convencido que trabajando duramente puede
tener una vida satisfactoria en cualquier lugar.
Su novia es heredera de un pequeño terreno en el que están iniciando a
construir una casa, apenas lo necesario, sin lujos, pero en un lugar que es
propio, un lugar del que nadie puede correrlos. Una casa con una pequeña
parcela para cultivar alimentos básicos, como el maíz, frijol, calabaza y
algunos árboles frutales. Él no sabe cultivar la tierra, pues toda su vida ha
trabajado en la construcción, pero está dispuesto a aprender de su nueva
familia, que lo ha recibido con agrado. Considera que por muy mal que le vaya
nunca será lanzado de su casa, ni tendrá que vivir debajo de ningún puente.
No hay nada, como estar en casa.