Si yo fuera una cosa, entonces me gustaría ser la lluvia. La lluvia que cada verano llega a todos los lugares de mi pueblo. La lluvia tan esperada después del intenso calor de los meses de abril y mayo. Ser la lluvia que desea la tierra ya tan seca y agrietada.
Quisiera ser esa lluvia intensa y larga que en una sola caída, inunda los campos de cultivo de agua. Que hace brotar la vida de cada una de las semillas. Que hace crecer las plantas y que vuelve de un color verde intenso la selva. Ser esa lluvia, que se queda como pequeñas gotas en las hojas de los arboles y que por las mañanas cuando el sol sale, brilla como pequeños diamantes, con breves destellos.
Ser la lluvia tenue y fina, que a veces cae mientras el sol todavía brilla en la tarde, y entonces nos muestra el hermoso arcoíris como un abanico que se extiende en el horizonte. Y me recuerda el pacto de Dios con los hombres.
Ser esa lluvia clara y fresca que cae torrencialmente y en la cual me gusta bañarme en medio de mi patio. La lluvia que me llena de vida y que hace que el agua caiga por las cascadas de la montaña, con un suave y relajante sonido. Ser esa lluvia que se convirtió en río y que lleva el aroma de las plantas y de las rocas por las que ha realizado su recorrido.
Ser esa lluvia que corre por todas las barrancas, que llena todas las pozas, que cae por todas las cascadas, que se queda atrapada en la laguna y la convierte en un espejo gigante, que incluso tiene un suave oleaje y a donde se dan cita todas las aves.
Ser esa lluvia que lava los arboles, las casas, la ciudad y deja brillante y con un aroma a limpio el ambiente. Que intensifica el olor del pasto y de la tierra.
Ser esa lluvia transparente que se escapa de las manos. Ser el agua de la vida.