En el pueblo las calles estaban empedradas, la gente caminaba o iba a caballo. Casi nadie tenía automóvil. Pero a mi se me ocurrió que quería tener una bicicleta. Nadie en el pueblo tenía bicicleta porque no se podía andar con ella. Pero de cualquier modo, yo le pedí a mi padre, que me comprara una. Lo hice convencida de que no iba a hacerlo, pero sí, lo hizo. Compró una bicicleta para mi y mis otros dos hermanos que eran casi de la misma edad que yo.
Mi padre era campesino así que esto implicaba un gran esfuerzo para él. Todos mis hermanos lo sabíamos muy bien. Así que nos pusimos muy contentos de tener una bicicleta que compartiríamos los tres. Aprendimos a manejarla de inmediato y nos pasábamos las tardes jugando en el corral de atrás de la casa.
Jugábamos a echar carreras, solo que de una manera diferente a como se haría en las competencias normales porque solo teníamos una bicicleta. Lo hacíamos de la siguiente manera: mi hermano tenía un reloj. Así que establecimos nuestra pista, el punto de salida y la meta y por turnos manejábamos la bicicleta mientras el otro tomaba el tiempo en el reloj. Así que final de las corridas el que hiciera menos tiempo ganaba.
La competencia era verdaderamente feroz. Ambos, mi hermano mayor y yo éramos muy buenos manejando a toda velocidad. Cualquiera de los dos podía ganar. Y de hecho ganábamos alternadamente.
Un día de tantos estábamos en nuestras competencias. Era mi turno de ir en bicicleta. Salí a toda velocidad y de pronto a medio camino una piedra suelta me hizo perder el control. No pude evitarlo y salí volando hacia el lado izquierdo donde había un desnivel y el piso era como ochenta centímetros más abajo. En el momento de ir en el aire, me di cuenta de la situación de peligro, así que aventé la bicicleta para no lastimarme con ella. Lo hice todo tan rápido y tan bien que la bicicleta cayó como a un metro de mi. Caí como si hubiera dado un salto; sin el menor rasguño.
Mi hermano estaba pálido del susto. Solo me miraba mientras yo me levantaba y sacudiéndome el polvo le dije; que esa carrera no contaba por la piedra que se me había atravesado y que iba a empezar otra vez. Por supuesto mi hermano estuvo de acuerdo y seguimos jugando como si nada hubiera pasado. Después de esta caída, mi hermano solía decirme, que yo era la mujer biónica; porque podía caerme sin lastimarme.
By Atenea del Bosque
Derechos Reservados ®